LA
EVALUACIÓN DEL APRENDIZAJE DE LA COMPOSICIÓN ESCRITA EN SITUACIÓN ESCOLAR
Ana
Camps.
La evaluación
A partir del concepto de
evaluación como proceso inserto en el de aprendizaje,
es decir como evaluación
formativa, se puede considerar que el mismo
proceso interactivo que se da
en el curso de la producción/aprendizaje tiene
una función reguladora, tanto
del proceso de composición como del mismo
aprendizaje de los elementos
que contribuyen al todo que es el texto.
Desdeeste punto de vista la evaluación es inherente al proceso de aprendizaje.
Asípues, habrá que arbitrar instrumentos que permitan y faciliten la interacción
Desdeeste punto de vista la evaluación es inherente al proceso de aprendizaje.
Asípues, habrá que arbitrar instrumentos que permitan y faciliten la interacción
entre profesor y alumnos y
entre compañeros, es decir, que hagan posible que
unos y otros hablen de los
textos en curso de elaboración y de los contenidos
temáticos, discursivos,
textuales, lingüísticos y procedimentales implicados.
Con este objetivo se pueden utilizar instrumentos diversos (pautas, modelos para
Con este objetivo se pueden utilizar instrumentos diversos (pautas, modelos para
comparar, comentarios
evaluativos de los compañeros o del profesor, etc.) que
ayuden al alumno a tomar
conciencia de sus aprendizajes y de las dificultades
que tiene, y a buscar caminos
para resolverlas. Así la evaluación de cada alumno/
a no se fundamentará únicamente
en el éxito o en el fracaso final, cuando
ya no hay remedio, sino en los
procesos que sigue, en los cambios que el
texto va experimentando y, por
tanto, en los progresos que realiza a lo largo
del proceso.
En el momento final en que se
evalúa la tarea que se ha llevado a término
y lo que se ha aprendido con
ella, la evaluación tiene una función muy importante
porque permite tomar conciencia
de lo que se ha hecho y contribuye, pues,
a la recuperación metacognitiva
de los procedimientos seguidos, de sus resultados
y de los conceptos utilizados.
Desde esta perspectiva, la evaluación no
se entiende sólo como un juicio
sobre los resultados logrados individualmente
por cada alumno, sino de los
que ha conseguido el grupo, incluyendo, por
supuesto, al profesor o a la
profesora.
2.4. La evaluación formativa
como interrelación entre ambos procesos
Resumiendo lo dicho
anteriormente podemos decir que las SD en las que
se basa nuestra investigación
prevén dos tipos de actividades:
1) Un proyecto de redacción de
un texto que tiene siempre un contexto
que le da sentido, es decir, el
texto se inserta en una situación comunicativa
real o simulada que, en
cualquier caso, hace imprescindible
que los estudiantes tengan en
cuenta los parámetros discursivos de la
producción.
2) Unas actividades de
aprendizaje de las (o de algunas) características
del género discursivo que hay
que producir: lectura y análisis de textos
de referencia, ejercicios
específicos, síntesis orales de los conocimientos
sobre el género, etc.
Nuestro trabajo se basa en el
supuesto que el aprendizaje del uso razonado
de los géneros discursivos
complejos, especialmente los escritos, se da en la
confluencia de los dos tipos de
actividades: de producción textual y de enseñanza
y aprendizaje sistemático de
contenidos específicos, es decir que confluyen
en él dos tipos de contextos.
Entre una y otra actividad se establece
una estrecha interrelación.
Para decirlo más sencillamente: los alumnos aprenden
a escribir escribiendo, pero
con el soporte de los conocimientos que se
elaboran mediante las
actividades específicas de aprendizaje, que serán
instrumentos para la producción y
la revisión de los textos. Ahora bien, es necesario
preguntarse cómo se conectan
ambos tipos de actividades. Algunos trabajos
han dado una parte de la
respuesta mostrando de qué forma las redacciones
iniciales de los alumnos son
fuente de información, para ellos y para el profesor,
para detectar las necesidades
de conocimiento sobre el género que hay que
aprender y de esta forma llegar
a producir textos más adecuados (Schneuwly
y Bain, 1994). Ésta es una respuesta
parcial: nos dice cómo desde la producción
inicial podemos ir hacia el
nivel de conocimiento sobre la lengua. La otra parte
de la respuesta tendría que
explicar de qué modo se relacionan los conocimientos
lingüístico-discursivos
explícitos, objeto del trabajo de la SD, con la
producción del texto. Entre un
tipo de actividad y otro hay un ir y venir y unos
puntos de encuentro que
constituyen los momentos privilegiados de aprendizaje.
Los dos tipos de actividades
(de producción textual y de aprendizaje) son intrumentos
de regulación recíproca: a
través de la producción y revisión del texto
los alumnos regulan el
aprendizaje de los contenidos específicos que se trabajan
y mediante el aprendizaje de
estos contenidos tienen más instrumentos para
regular de manera consciente
los textos que están escribiendo. Según nuestra
hipótesis, en la resolución de
problemas de redacción los instrumentos de ayuda
y las situaciones interactivas
que tienen lugar en el proceso son al mismo tiempo
instrumentos de aprendizaje de
procedimientos y de aprendizaje metalingüístico.
Esta hipótesis general requiere
investigación sobre los procesos de producción
en relación con las actividades
y los contenidos de enseñanza y aprendizaje.
De hecho la investigación
didáctica sobre la composición escrita se interesa
por conocer de qué forma los
aprendices se apropian de unos conocimientos
(procedimentales y
conceptuales) que constituyen el objetivo de la enseñanza.
En el proceso de aprendizaje de
la composición escrita, la evaluación formativa,
entendida como mecanismo de
regulación compartido, descansa en
gran parte en la posibilidad de
reflexionar sobre la lengua y de hacer explícitos
los problemas que se presentan
al escribir para hallar soluciones alternativas.
Así pues, escribir y aprender a
escribir requiere una importante actividad metalingüística.
3. LA EVALUACIÓN FORMATIVA EN
EL PROCESO
DE ENSEÑANZA Y APRENDIZAJE DE LA COMPOSICIÓN ESCRITA
3.1. Evolución del concepto de
evaluación formativa
El concepto de evaluación
aplicado a los aprendizajes de los alumnos ha
evolucionado a lo largo de los
últimos cincuenta años siguiendo dos ejes conductores. El primero de ellos
responde a la búsqueda de una forma para valorar
los aprendizajes de los alumnos
con objetividad y validez. Este objetivo ha dado
pie a los trabajos del área de
la docimología, a la creación de tests psicométricos
y también a los planteamientos
que cuestionan dicha objetividad.
El segundo eje responde a la
adecuación de la evaluación a las necesidades
y valores sociales de cada
momento, que pueden ir desde la selección de
los mejores alumnos hasta la
necesidad de dar oportunidades para todos.
Dentro de este proceso, cada
modelo de evaluación o paradigma (De Ketele,
1993) ha priorizado unos
aspectos determinados, ha definido el concepto a partir
de unos elementos distintos y
se ha fijado unos objetivos específicos.
No es el objetivo de este
trabajo ofrecer una descripción diacrónica del concepto
de evaluación. En este apartado
tan sólo queremos dejar constancia de
las distintas aproximaciones
que contribuyen a caracterizar una concepción de
la evaluación llamada
formativa, plenamente coherente con el modelo de enseñanza
y de aprendizaje de la
composición escrita que defendemos.
3.1.1.
Nacimiento y evolución del concepto de evaluación
formativa
en el marco del conductismo
Podemos
considerar la evaluación como una actividad consustancial a las
personas
y que afecta a todos los ámbitos de nuestro comportamiento. En efecto:
la
valoración de la realidad que nos rodea a partir de unos indicios previamente
seleccionados
para luego emitir un juicio que, en muchas ocasiones, produce
cambios
en nuestro pensamiento o en nuestra acción es un hecho cotidiano
en
las personas.
Desde
que hay enseñanza formal, existe la necesidad de dar cuenta de los
resultados
que se obtienen. De una forma generalizada, podemos decir que
el
verdadero nacimiento de la evaluación en el ámbito educativo tiene lugar
en
el siglo XIX,
asociada a la emergencia de las clases medias y a la creación
de
la escuela pública y obligatoria, para dar respuesta a la necesidad de que
los
alumnos demuestren lo que saben. Las clases burguesas necesitan conquistar
cotas
de poder y optan por un sistema competitivo (Cardinet, 1991).
Tanto
en América del Norte como en Europa, la evaluación aparece por
primera
vez como preocupación para la investigación a principios del siglo XX.
Influenciada
por el paradigma de las ciencias experimentales, dominante en
el
mundo científico de entonces, evaluación se confunde con medida, con cuantificación.
Con
el desarrollo de la psicometría la evaluación se erige como un
instrumento
imprescindible para la investigación educativa, que va a permitir
verificar
«con objetividad» el nivel alcanzado por los alumnos.
En
los años cincuenta nos hallamos ante la culminación de este movimiento
en
Estados Unidos. La industria del test se impone para dar satisfacción a las
demandas
de «rendir cuentas de lo público» (public accountability). Se utilizan
así
instrumentos externos, normalmente tests de opción múltiple, técnicamente
validados
como fiables, que pueden dar respuesta, gracias a la informática,
a
las demandas de una escuela masificada. Este tipo de evaluación corresponde
a un
modelo donde la pedagogía está centrada en los contenidos y la escuela
es
una estructura jerarquizada, basada en la transmisión y en la instrucción.
Ralph
Tyler es el representante de un nuevo planteamiento de la evaluación
que,
dos décadas más tarde, recoge los resultados de investigaciones llevadas
a
cabo desde los años veinte-treinta en los Estados Unidos en el terreno de
la
docimología. Dichos trabajos reaccionaban contra el modelo psicométrico
dominante
y se cuestionaban la fiabilidad de las notas (Ouelette, 1996).
El modelo
El modelo
tyleriano
no se centra únicamente en el alumno, sino que también tiene en
cuenta
los programas en donde se insiere el aprendizaje de este alumno. Se
trata
de una evaluación cuyos referentes no se hallan en la media de todos
los
resultados sino en los objetivos que persigue el programa. La evaluación
se
guiará, en este modelo, por el establecimiento de los objetivos educativos
y el
análisis de los efectos del programa a partir de estos mismos objetivos.
Nos
hallamos ante un planteamiento más global: la medida del rendimiento
del
alumno, concebida dentro del paradigma experimental, no constituye una
finalidad
en sí misma, sino que está al servicio de una mejora de los programas
y
del éxito de los alumnos. Se introduce la noción de retroalimentación o
feed-back,
que permite a los responsables de un programa reformular sus objetivos.
Este
concepto da pie a los planteamientos que integran la evaluación
en
el proceso de aprendizaje y contiene, por lo tanto, una orientación formativa.
Después
de lo que algunos autores han llamado la época o la era tyleriana
(Stufflebeam
y Shinkfield, 1993; De Ketele, 1986), durante los años cincuenta
y
sesenta este enfoque va tomando fuerza, especialmente en Estados Unidos,
ante
la necesidad política de mejorar el sistema educativo. Los modelos de
evaluación
que surgen a partir de este momento ponen el acento en el análisis
de
distintos elementos del contexto educativo del alumno para hacer posible
un
cambio cualitativo positivo en los resultados de la enseñanza. Así Cronbach
(1963)
insiste en la importancia de considerar los aspectos metodológicos del
programa
y Stuffelbeam (1971) establece un modelo que concibe la evaluación
como
un proceso dinámico de toma de decisiones de muy diversos tipos.
Dentro
de este marco, Scriven (1967) introduce, por primera vez, la distinción
entre
evaluación formativa y sumativa aplicada a los programas educativos. La
evaluación
formativa, según este autor, está constituida por aquellos procedimientos
que
permitan reajustes sucesivos en el desarrollo de un programa,
es
decir, que se aplica sobre los procesos de aprendizaje en curso. La sumativa,
51
por
su parte, establece un balance del nivel alcanzado al final de una etapa
de
aprendizaje.
Aunque
Scriven es el creador de este concepto, será otro autor, Bloom (1971),
quien
pondrá las bases para un modelo muy extendido de evaluación formativa
desarrollado
a partir de los planteamientos de Tyler y que parte del dominio
que
tienen los alumnos de los aprendizajes. La noción de evaluación formativa
de
Scriven es aplicada a los alumnos con dos finalidades principales: adaptar
los
procedimientos utilizados por el profesorado a las necesidades de los alumnos
de
una manera individualizada; y conseguir que un número máximo de
alumnos
alcance los objetivos fijados al inicio del proceso de aprendizaje.
Como
hemos visto, esta primera época de la evaluación formativa se inscribe
en
los principios neoconductistas de Bloom, Gagné i Glaser, entre otros, y en
una
concepción de la enseñanza de la pedagogía por objetivos, de inspiración
conductista
y desvinculada de las didácticas específicas. Las informaciones que
se
recogen dentro de este enfoque se refieren sobre todo a los resultados del
aprendizaje
y se extraen de los comportamientos manifestados por los alumnos.
Estos
datos «objetivos», en forma de realizaciones de lo que es capaz el alumno,
se
contrastan con los objetivos pedagógicos formulados en términos de
comportamientos
observables.
Los instrumentos utilizados buscan la eliminación de
la
subjetividad por medio de medidas cuantitativas y del desarrollo de técnicas
estadísticas.
A estos instrumentos se les calcula su capacidad de medir lo que
quieren
medir (validez) y la constancia de sus puntuaciones en momentos distintos
y en
situaciones diversas (fiabilidad).
La
interpretación de los datos recogidos se hace con una perspectiva de
referencia
criterial: se comparan los comportamientos observados con una escala
de
criterios de realización preestablecida. El término de evaluación criterial
es
utilizado por primera vez por Glaser y Klaus (1963) para referirse a los «tests
que
determinan el nivel de dominio de conductas específicas por parte de un
sujeto
examinado» (Gómez Arbeo, 1990). La evaluación dentro del enfoque conductista
mide,
pues, el nivel del alumno de acuerdo con unos objetivos específicos,
en
los cuales se ha determinado con detalle qué comportamientos son
los
que expresan una realización satisfactoria. Los criterios o standards en los
cuales
se basan los tests de referencia criterial tienen carácter absoluto, es
decir,
son independientes de las realizaciones de los otros sujetos.
Este
modelo, si bien ha desarrollado un abanico amplio de instrumentos
interesantes
para ser utilizados por los enseñantes en clase, presenta, a su vez,
problemas
en relación a la selección de los objetivos: por un lado, en ocasiones
éstos
carecen de un cierto consenso y parecen fruto de una postura más bien
subjetiva;
por otro, esta selección de objetivos puede restringirse tan sólo a
los
objetivos de rendimiento, que son los más fáciles de especificar y cuantificar,
y
deja de lado actividades importantes pero difíciles de definir
operacionalmente,
como
el juicio o la reflexión (Stufflebeam y Shinkfield, 1993, pág. 98).
Los
resultados de la evaluación ofrecen una apreciación del logro alcanzado
para
cada objetivo, ya que dentro de una óptica formativa se pretende que
el
sujeto pueda constatar su progreso e identificar los aspectos que debe mejorar.
Para
estos aspectos se propone una «recuperación» individualizada, que
consiste
en actividades diversificadas para cada objetivo de aprendizaje, ofreciendo
así
una ayuda posterior suplementaria al alumno que tienen dificultades.
Como
señala Scallon (1996, pág. 161), la secuencia formada por: «aprendizaje-
evaluación
formativa-enseñanza correctiva» (o recuperación), que se propugna
en
este enfoque, es el marco de referencia sobre el cual se ha basado de
forma
muy extendida el discurso sobre la evaluación formativa.
3.1.2.
Cambio de paradigma: el cognitivismo
Como
L. Allal (1979) mostró en un artículo fundamental para comprender
la
evolución del concepto de la evaluación formativa en los últimos veinticinco
años,
dicha modalidad de evaluación se desarrolló, sobre todo, a través de
trabajos
concebidos según los principios del neoconductismo aplicados a la
pedagogía.
Más adelante, con el apogeo de la psicología cognitiva en el mundo
educativo,
este concepto se reformula bajo unos nuevos postulados, manteniendo
su
función principal de regulación: en las dos aproximaciones la evaluación
formativa
asegura la articulación entre las características de los alumnos y las
características
del sistema de formación.
Muchos
son los cambios que tienen lugar con la adopción del nuevo paradigma,
recogidos
y sistematizados por Allal en este mismo artículo: si los datos
que
se recogían en el modelo anterior se referían, sobre todo, a los resultados
del
aprendizaje, en la aproximación cognitiva el interés está fijado en los
procesos
de
aprendizaje, ya que lo que se pretende es comprender el funcionamiento
mental
del alumno ante la tarea a través del conocimiento de sus
representaciones
y de las estrategias que utiliza. En el modelo conductista tenían
mucha
importancia los datos objetivos recogidos a partir de los comportamientos
de
los alumnos y a través de instrumentos psicométricos que proporcionaran
medidas
cuantitativas. Por el contrario, en la aproximación cognitiva, los datos
recogidos
son cualitativos: se utilizan cuestionarios, observación del comportamiento
del
alumno mientras trabaja, observación de sus reflexiones «en voz
alta»
y de las interacciones en el seno del pequeño grupo o en la relación
con
la profesora.
Igualmente,
la interpretación de la información ya no se limita a apreciar
el
grado en que se alcanza cada objetivo a partir de unos criterios preesta
blecidos,
sino que el enfoque cognitivo se interesa fundamentalmente por las
estrategias
del alumno mientras escribe, aun admitiendo la limitación que representa
el
hecho de no disponer de una descripción exhaustiva de las conductas
de
los alumnos que van asociadas a una buena estrategia.
La
ayuda suplementaria para recuperar el nivel deseado, que en los anteriores
planteamientos
constituía una etapa posterior al proceso de aprendizaje, es puesta
en
duda por las pedagogías llamadas «de situación» (Scallon, 1996, pág. 163),
que
no se guían por una lista detallada y jerarquizada de objetivos, sino que
tienen
como punto de entrada una tarea compleja (un problema, un proyecto...).
El
objetivo principal dentro de este planteamiento orientado hacia el proceso
es
descubrir los aspectos pertinentes de la tarea e introducir modificaciones
en
su planteamiento y desarrollo de forma que se pueda construir una estrategia
de
enseñanza más adecuada e integrada en el dispositivo de aprendizaje.
A
finales de los setenta, principios de los ochenta, en Estados Unidos se
abandona
ya el concepto de evaluación formativa para hablar de Authentic
Assessment.
Se trata de un movimiento surgido en gran medida de los enseñantes
en
activo, que se enmarca en una superación del paradigma conductista
en
educación y que se desarrolla asociado al movimiento del Whole Language
(Goodman,
1995). Su propósito es intentar «medir» de una forma más satisfactoria
el
proceso de la educación, y rechaza los sistemas anteriores de evaluación
por
no valorar lo que realmente se proponen y por no ofrecer unos resultados
fiables.
Dentro
de este modelo, vinculado a las teorías pedagógicas del constructivismo
y
desarrollado también en Europa fundamentalmente bajo el nombre
de
evaluación formativa, los alumnos toman el papel protagonista. Los criterios
para
juzgar los objetos son explícitos y conocidos por todos los participantes.
Las
tareas de evaluación no requieren unas formas específicas ni una tecnología
muy
desarrollada, son más próximas a las del aprendizaje. Dichas tareas se
distinguen
radicalmente de los tests psicométricos: proporcionan ayudas a los
estudiantes
mientras las realizan, muchas de ellas se llevan a cabo en grupo
o
por parejas, presentan distintas opciones para elegir. Los resultados no
clasifican
ni
seleccionan a los sujetos, sino que resaltan los puntos fuertes y los
débiles
y animan a seguir aprendiendo.
Para
evaluar a los alumnos se dispone de tres vías de información. La primera
está
constituida por las observaciones reunidas por el profesor a partir de la
tarea
diaria en clase, recogidas a partir de pautas previas sistemáticas. La segunda
da
nombre a un gran movimiento surgido en Estados Unidos hace ya más
de
diez años y muy extendido, que basa la evaluación en las muestras o colecciones
de
producciones del alumno: son las carpetas o «portafolios» (Calfee,
1994).
Y finalmente, están los tests de rendimiento, que tienen lugar en situaciones
reales
o simulaciones muy próximas a ellas y se realizan en distintos
contextos
para contemplar el abanico de posibles soluciones. Las familias de
los
alumnos de primaria y secundaria también juegan un papel importante en
este
modelo.
La
puntuación de los ejercicios no se apoya en la tecnología, sino en las
personas.
Para que sea fiable, se diseñan unos descriptores claros de las actuaciones
que
remiten a una escala. Existe un proceso colectivo de contraste de
las
puntuaciones para mantener la fiabilidad de los resultados. Pueden realizarse
dos
tipos de valoración: la global, que pretende dar una impresión del todo,
y la
analítica, que da diferentes puntuaciones a distintas dimensiones.
3.1.3.
El modelo sistémico y el modelo sociológico
En
el Coloquio de Ginebra (1978) se amplía el campo de las aproximaciones
a la
evaluación en el ámbito de la investigación de los países francófonos, y
se
dibujan dos modelos contrapuestos, aunque no excluyentes: el sistémico
y el
sociológico (De Ketele, 1986).
El
modelo sistémico propugna que la evaluación debe formar parte del sistema
de
enseñanza y aprendizaje y ponerse al servicio de los objetivos educativos
para
lograr que dicho sistema funcione eficazmente (De Ketele, 1986).
La
evaluación de la situación educativa se interroga sobre los procesos de
estructuración
de
los comportamientos observables en función de las condiciones
en
que éstos tienen lugar y de la información obtenida del análisis de los
resultados
(Ouelette,
1996).
Las
ideas fundamentales de este modelo son las que se exponen a continuación
(De
Ketele, 1986):
— La
evaluación cumple siempre una función de regulación para asegurar
la
articulación entre las personas en formación y el sistema de formación
(Allal,
1979).
—
Existen tres grandes modalidades de evaluación, adaptadas de Bloom,
según
la función, el momento y el tipo de decisiones a las que conduce.
Éstas
son: la evaluación pronóstico, la formativa y la sumativa.
— La
evaluación se orienta a la toma de decisiones, con una fase previa
de
informaciones pertinentes y de interpretación de dichas informaciones.
—
Las informaciones que se recojan deben referirse al progreso y a las
dificultades
de aprendizaje, y su posterior interpretación es de tipo criterial.
—
Existen tres formas de evaluación formativa que corresponden a los distintos
tipos
de regulación que pueda darse: la evaluación puntual, que
desencadena
una regulación retroactiva; la evaluación continua, con una
regulación interactiva; y la evaluación mixta, combinación de las dos anteriores
regulación interactiva; y la evaluación mixta, combinación de las dos anteriores
(Allal,
1979).
El
segundo modelo es el sociológico, que, a diferencia del anterior, se propone
describir
y explicar las prácticas evaluativas efectivas, sin proponer un
modelo
estructurado de intervención. Las principales ideas de este modelo son
las
que siguen:
— La
evaluación constituye un juicio de conformidad o desviación a partir
de
una norma de excelencia escolar socialmente establecida, que se halla
influenciada
por los valores y representaciones del profesorado y al servicio
de
la ideología dominante de la institución.
— La
evaluación participa del proceso generador de desigualdad, ya que
no
todos los individuos poseen el mismo origen social ni la misma formación.
La
evaluación tiende a acrecentar estas diferencias.
— El
mecanismo de orientación/selección que lleva a cabo la evaluación
es
el responsable de la exclusión de algunos alumnos de ciertos campos
de
la formación.
— A
través del comportamiento del profesorado, que está influenciado por
la
evaluación, cada alumno recibe la imagen del valor escolar que se
le
asigna. Así, el tratamiento pedagógico de los alumnos está también
impregnado
de desigualdad.
—
Los alumnos de distinto origen social son desiguales delante de la evaluación
porque
no disponen en el mismo grado de las estrategias para
enfrentarse
a ella (Perrenoud, 1979).
3.1.4.
La orientación comunicativa. El modelo psicosocial
Partiendo
de la psicología cognitiva, el modelo sobre la construcción del
conocimiento
que dentro de la literatura francófona recibe el nombre de «psicosocial
»
(Cardinet, 1991; Weiss, 1993), ha aportado nuevas propuestas basadas
en
la influencia del entorno social sobre el aprendizaje. A. N. Perret-Clermont
mostró
cómo el entorno social influencia los estadios lógicos establecidos por
Piaget
y cómo no existe un nivel absoluto de conocimientos: es la interacción
del
niño con la maestra lo que culmina con la manifestación de un comportamiento.
Las
concepciones tradicionales de la evaluación son puestas en crisis
por
estos autores con la afirmación de que no es posible encontrar un valor
verdadero
de la competencia, sino que la evaluación debe adaptarse a cada
situación
(Cardinet, 1991).
El
interés de la evaluación dentro de esta orientación está centrado
principalmente
en
dos aspectos: 1) las interacciones que se dan entre los individuos
en
grupo, y 2) las que se dan entre éstos y su contexto social. Según De Ketele
(1986),
el enfoque psicosocial concibe las interacciones sociales como facilitadoras
del
desarrollo del conocimiento y se asigna al grupo un papel clave
en
la construcción de dicho conocimiento. La colaboración y los conflictos que
tienen
lugar en el proceso de interacción social son fuente de progreso y de
aprendizaje:
según este mismo autor, la evaluación formativa contribuye al planteamiento
de
conflictos, al desarrollo del trabajo colaborativo y a la reconstrucción
del
conocimiento. Las regulaciones necesarias para llevar a término
este
proceso no son una cuestión meramente individual, sino que el alumno
accederá
a la autorregulación a través de la socialización en el proceso de
aprendizaje.
Por
otro lado, de la realidad educativa se destaca su carácter complejo y
subjetivo,
que hace que los objetos observados sean múltiples en función de
cómo
son percibidos por los distintos sujetos. De ahí que la evaluación no puede
pensarse
como la aplicación de un dispositivo rígido previsto de antemano,
sino
como un proceso que tenga en cuenta las distintas facetas de esta realidad
tan
compleja. Dicho modelo representa un salto cualitativo importante por cuanto
acepta
que la evaluación no puede ser nunca «objetiva» (Cardinet, 1991).
Desde
este enfoque, el objetivo principal de la evaluación es promover y
facilitar
la comunicación entre los sujetos (Weiss, 1993). Se propugna su carácter
dinámico
que permitirá analizar y comprender mejor los aspectos cambiantes
de
la situación de aprendizaje. Los objetivos pedagógicos evolucionan y sufren
distintas
reformulaciones a lo largo de las sesiones de clase. Por eso, hay que
pensar
también en un dispositivo de evaluación flexible, que pueda adaptarse
a
cada situación concreta.
Una
consecuencia lógica de dicho planteamiento es la consideración del
papel
del alumno. Tomarán fuerza las propuestas que sitúen a éste en el centro
de
la evaluación. El alumno progresa cuando sabe qué espera el maestro de
él:
de ahí que Cardinet (1991) diga que «debe repensarse toda la pedagogía
desde
la óptica de la autoevaluación». Nos hallamos ante un nuevo modelo
tanto
de la pedagogía como de la evaluación, que según este autor puede ser
revolucionario
si se desarrolla hasta sus últimas consecuencias. La evaluación
formativa,
dentro de este modelo, constituye el circuito de información que permite
regular
las situaciones de enseñanza y de aprendizaje.
3.1.5.
La evaluación como proceso de regulación y autorregulación
Ya
en 1979, Linda Allal afirmaba que «la regulación es el concepto central
de
la evaluación». Este concepto, adoptado actualmente por muchos investigadores,
podría
establecer un marco que integrara distintos enfoques sobre
la
evaluación. El énfasis está puesto en los procesos de regulación y
autorregulación
que
aparecen en las situaciones de aprendizaje. La consideración de
este
aspecto como un componente clave de la evaluación formativa ha llevado
a
algunos autores a identificar ambos procesos: el de evaluación y el de
regulación.
Allal
y colaboradoras (Allal y Saada-Robert, 1992; Allal, 1993) han propuesto
un
modelo que, dentro de la tradición sociocognitiva, da cuenta de los distintos
tipos
de regulación que pueden tener lugar en una situación didáctica. Dichas
regulaciones
se sitúan en tres ámbitos distintos: las que están provocadas por
el
enseñante en el conjunto de la clase, a partir de su actuación, de los
materiales
que
aporta, de la situación que crea, etc. Las que se dan entre profesor y
alumno
o entre dos alumnos de una forma individualizada, a partir de la iniciativa
de
uno de los dos. Y finalmente las autorregulaciones del propio alumno, que
son
las que le llevan al aprendizaje.
Las
regulaciones interactivas, que tienen lugar en el desarrollo de las situaciones
de
aprendizaje, pueden tener un carácter relativamente informal y poco
instrumentado
y unos efectos immediatos (Hadji, 1989, pág. 188). Weiss (1993)
defiende
esta aproximación intuitiva a la evaluación, ya que considera que para
los
buenos profesores puede ser más completa que algunos de los intentos
muy
formalizados que se construyen. Sin embargo, creemos que el interés por
encontrar
instrumentos que permitan implementar este tipo de evaluación se
justifica
por la necesidad de fundamentar y generalizar las intuiciones de los
buenos
profesionales de la enseñanza y a la vez para asegurar que todos los
alumnos
se beneficien de la evaluación formativa.
Si
el punto central de la evaluación es el alumno, y si se parte de la idea
de
que es él quien aprende y nadie puede hacerlo por él, la evaluación tendrá
por
objetivo favorecer el desarrollo de dichas regulaciones cognitivas de forma
que
progresivamente se conviertan en autorregulaciones, imprescindibles para
lograr
un aprendizaje autónomo. Es por esto que algunos autores (Abrecht,
1991)
señalan que con la evaluación no se pretende que el alumno se apropie
de
un conocimiento, sino que tome conciencia de la forma de apropiarse de
él.
La evaluación formativa implica un retorno reflexivo sobre el propio proceso
de
aprendizaje.
Directamente
relacionada con las ideas anteriormente expuestas, una de las
formas
de evaluación más elaboradas es la llamada evaluación formadora, término
que
se utiliza para designar una concepción de la evaluación desarrollada
fundamentalmente
por investigadores de la universidad de Aix-en-Provence-Marseille.
Dicho
enfoque se centra en «la regulación asegurada por el mismo alumno
» y
tiene como objetivo proporcionar a cada alumno y en cada momento
los
instrumentos necesarios para que sea capaz de alcanzar la autonomía en
su
aprendizaje (Nunziati, 1990). Dicha modalidad de evaluación es concebida
como
una vía didáctica, por cuanto propone un repertorio amplio de actividades
e
instrumentos que pretenden articular las distintas fases del aprendizaje. La
finalidad
de estos instrumentos es implicar al alumno en la apropiación de los
criterios
de evaluación y de los objetivos de aprendizaje.
Algunos
de los problemas que se han apuntado respecto al modelo de evaluación
formadora
(Abrecht, 1991) coinciden con las críticas a los desarrollos
de
la evaluación formativa dentro de un marco conductista: el principal es su
excesiva
rigidez, reforzada por un amplio repertorio instrumental, que priva a
los
alumnos de seguir vías alternativas a la que se han prefijado y que deja
en
segundo plano la dimensión individual del aprendizaje. Hay que reconocer,
sin
embargo, que el hecho de que sea un modelo desarrollado y experimentado
proporciona
una serie de materiales útiles para el aula que han sido y son
un
punto de partida interesante y útil para todos los enseñantes que se plantean
llevar
a la práctica una nueva concepción de la evaluación que hasta ahora
está
muy generalizada en los discursos pedagógicos y en las mentes de los
que
reflexionan sobre la educación, pero poco presente todavía en los centros
educativos.
3.1.6.
La evaluación formativa en las investigaciones
en
didácticas específicas
Otro
de los dilemas o puntos de discusión repetidos en el campo de la
evaluación
es la oposición entre la vía analítica, que busca aislar las fuentes
del
error o las dificultades para poder subsanarlas de una manera focalizada,
y la
consideración global de la situación de aprendizaje, donde la complejidad
es
mucho mayor pero las distintas tareas pueden alcanzar más fácilmente un
sentido
para el alumno.
Bain
(1993) propone integrar la evaluación formativa dentro de la didáctica
para
que se pueda tomar en consideración a la vez el funcionamiento del alumno
que
aprende y la lógica específica de la materia a enseñar. Con esta propuesta,
Bain
intenta también aportar soluciones a la crítica generalizada que se ha hecho
al
instrumentalismo excesivo y caricaturesco de la evaluación formativa (por
ejemplo,
Abrecht, 1991, pág. 49): para poder explicar la causa de los errores
de
los alumnos, y no sólo identificarlos, es necesario situarlos dentro del marco
teórico
de la disciplina que se está aprendiendo.
Sin
embargo, existen voces que propugnan una cierta independencia de
la
evaluación formativa respecto de las distintas disciplinas didácticas, ya que
consideran
que una parte del aprendizaje se realiza fuera del proceso didáctico
intencionado.
Dentro de esta lógica, la evaluación tiene la función de intentar
articular
lo que el enseñante aporta intencionalmente al proceso de aprendizaje
del
alumno y lo que se sitúa en una esfera informal, más intuitiva y no relacionada
directamente
con la disciplina.
También
en esta línea, Linda Allal propone que la evaluación formativa mantenga
una
autonomía relativa para poder dedicarse a los objetivos interdisciplinares
—competencias
cognitivas de orden superior que el alumno puede
desarrollar
en todas las disciplinas (Allal, 1988)— y a los objetivos transdisciplinares,
como
por ejemplo el desarrollo de la propia autonomía.
3.2.
Elementos del proceso de la evaluación formativa
3.2.1.
El objeto de la evaluación
Una
de las características de la evaluación formativa, consecuencia de la
finalidad
que se plantea, es la ampliación de su objeto de análisis. Si de una
manera
general la evaluación tradicionalmente se había dirigido a los resultados
de
la enseñanza como producto terminado, la evaluación formativa adopta una
nueva
perspectiva al introducir la noción de «proceso» entre los objetos a tener
en
cuenta. Sin esta nueva noción no es posible explicar cómo son las cosas
ni
menos qué puede hacerse para mejorarlas: hace falta conocer qué ha sucedido
para
que sean así. Cuando la evaluación educativa se plantea no sólo
conocer
sino también comprender los resultados del aprendizaje, necesita
ampliar
su campo de análisis y tener en cuenta el proceso de aprendizaje.
En
el caso que nos ocupa, como ya hemos visto, el proceso de aprendizaje
incluye
otro proceso que el alumno realiza simultáneamente: el de composición
escrita.
Es así como el objeto de la evaluación formativa, cuando nos referimos
a la
enseñanza y aprendizaje de la composición escrita, es triple: en primer
lugar,
el texto que el alumno ha producido, normalmente acompañado de sus
versiones
anteriores o borradores. En segundo lugar, el proceso de composición
escrita:
un conjunto de operaciones y de conocimientos que se actualizan en
el
momento de desarrollar dicho proceso. Y en tercer lugar, el proceso de
aprendizaje,
que
convierte este proceso de composición escrita en una actividad de
construcción
de conocimientos procedimentales y conceptuales sobre la escritura.
Los
tres objetos de evaluación —texto, proceso de composición escrita y
proceso
de aprendizaje— forman una realidad única y compleja, que puede
ser
analizada desde esta triple óptica, pero que no debe concebirse como una
suma
de mecanismos que funcionan independientemente. La evaluación formativa
tendrá
en cuenta estos tres objetos: tomará conciencia explícitamente
de
los tres, elaborará criterios referidos a ellos, analizará indicios que
permitan
explicarlos,
considerará esta información a partir de los criterios establecidos
y tomará decisiones que implicarán a los tres ámbitos. Para su análisis es
posible,
sin
embargo, considerarlos separadamente. Esto es lo que hacemos a
continuación.
1)
La evaluación del texto ha constituido tradicionalmente la única preocupación
de
la evaluación en el campo del aprendizaje de la escritura. El profesor
o
profesora corregía y puntuaba el texto —o redacción— que el alumno
había
escrito, normalmente fuera de la escuela y de forma individual y silenciosa.
Los
criterios explícitos con que se valoraba este texto pertenecían a sus aspectos
mes
superficiales: ortografía, morfología y sintaxis de la frase. Se utilizaban,
además,
otros criterios referentes a la coherencia global del texto, a la estructura
y al
contenido, pero normalmente estos últimos eran implícitos, el alumno no
los
conocía y el profesor sólo se refería a ellos de una forma aproximada.
En
estos momentos, las diversas aproximaciones correspondientes a las distintas
ciencias
del lenguaje y a sus diferentes enfoques nos permiten una observación
del
texto a distintos niveles. Cabe destacar que tradicionalmente la escuela
ha
puesto el énfasis en los aspectos que socialmente son menos valorados
y,
en cambio, ha olvidado casi por completo los que en el mundo exterior a
la
escuela toman más relevancia. Uno de los objetivos de los trabajos actuales
sobre
evaluación de la composición escrita consiste en ofrecer una visión integrada
de
estos niveles (Groupe EVA, 1991) que permita establecer unos criterios
generales
de evaluación del texto en interrelación entre ellos (Milian, 1997).
El
primero de estos niveles es la imagen exterior del texto, su presentación
gráfica,
determinada por una norma social que es adquirida por todos los lectores-
consumidores
de textos. El segundo nivel de valoración de un texto es
el
contenido o la información que transmite, la cual está estrechamente
relacionada
con
la intención del lector o la función del texto. El tercer nivel, al
que
la escuela dedica muchos esfuerzos, es la cohesión y corrección de los
aspectos
formales: gramaticales, ortográficos, tipográficos y de estructura textual.
Como
M. Milian ha señalado muy bien, la escuela ha reforzado, y refuerza
todavía,
el trabajo y la evaluación de los aspectos formales, tratando de una
forma
mucho más esporádica y poco sistemática los dos ámbitos restantes.
Los
aspectos más controlados desde la escuela son los más visibles y generalizables
porque
tienen una escala de referencia explícita: la norma. Sin embargo,
las
cuestiones que afectan a la globalidad del texto, tanto referidas al contenido
como
a la función discursiva, varían en cada texto y dependen de la
consigna
de escritura. Esta realidad escolar puede explicarse, en parte, porque
el
conocimiento y la divulgación de estos aspectos más globales es relativamente
reciente
y tan sólo está empezando a introducirse entre los enseñantes.
Como
ejemplo de concreción de un instrumento general de evaluación para
los
textos, que combine aquellos aspectos más formales y sistemáticos con
los
textuales y discursivos, nos parece interesante considerar la propuesta del
Groupe
EVA. Dicho instrumento recoge los distintos niveles de aproximación
al
texto y los relaciona y jerarquiza, de modo que podemos disponer de un
repertorio
completo y organizado de criterios de valoración del texto. Asimismo,
este
instrumentos permite también guiar el proceso de aprendizaje de la composición
escrita
y formular los objetivos.
La
ventaja de poseer un instrumento de evaluación explícito, como el que
se
ha descrito, es que permite establecer unos criterios para juzgar los
borradores
y
los textos, criterios que son compartidos y conocidos por profesores
y
alumnos. A pesar de los límites reduccionistas de todo esquema, su apreciable
interés
deriva de la posibilidad de conjugar los distintos niveles de aproximación
al
texto en un mismo marco y de la posibilidad de establecer relaciones entre
ellos.
2)
El proceso de producción textual constituye el siguiente objeto de observación
y
análisis. Hemos visto que la evaluación formativa del texto busca criterios
para
poder observar y emitir juicios sobre las producciones escritas con
el
objetivo de mejorar esas producciones y mejorar también el proceso de
aprendizaje.
El
texto, dentro de este marco, es visto como un producto estrechamente
relacionado
con el proceso que conduce hasta él. Los distintos niveles de observación
del
texto permiten, en algunos casos, emitir hipótesis o bien comprender
cuál
ha sido el camino que se ha seguido para llegar hasta él. Y comprender,
por
tanto, dónde se sitúan los problemas del escritor.
Existen
dos formas de acceder al proceso de composición escrita: el texto,
como
indicador de las operaciones que se han seguido para producirlo
(Schneuwly,
1988), y el comportamiento del escritor mientras lleva a cabo la
tarea
de escritura. La evaluación del proceso de composición escrita se complementa
así
con la evaluación del texto. El texto final, así como sus versiones
en
borrador, forman también parte de este proceso de composición e interaccionan
con
él.
El
objetivo de la evaluación del proceso de composición escrita será, por
consiguiente,
doble: por un lado, se trata de desvelar dicho proceso, tomar
conciencia
de él, conocerlo y describirlo. Por otro lado, la evaluación puede
proporcionar
instrumentos para guiarlo, mejorarlo y adecuarlo a los resultados
esperados.
Muchos de los problemas que los alumnos tienen en la redacción
se
deben a una falta de apropiación de los conocimientos procedimentales:
es
necesario realizar investigaciones que nos permitan comprender en qué medida
un
trabajo sistemático dirigido a este tipo de conocimientos puede mejorar
los
textos resultantes y la actitud de los alumnos respecto a la tarea de
escritura.
Para
incidir en este proceso de composición textual, la evaluación formativa
desarrolla
un amplio repertorio de instrumentos que pretenden ayudar a alumnos
y profesores
en la toma de conciencia de dicho proceso: pautas de observación
del
comportamiento de los alumnos mientras escriben, cuestionarios para reflexionar
sobre
las acciones efectuadas, listas de pasos a seguir para escribir
un
texto... La hipótesis con que trabajamos es que estos instrumentos pueden
colaborar
en el desarrollo de las operaciones de planificación, textualización
y
revisión del texto, así como de la capacidad de control sobre todas ellas.
3)
La evaluación del proceso de aprendizaje es el objetivo de toda evaluación
formativa.
La finalidad de dicha modalidad de evaluación consiste en
optimizar
el aprendizaje de los alumnos. Con ese objetivo, el profesor se dota
de
medios para recabar información fiel sobre el proceso que sigue cada uno
de
sus alumnos. Dicha información le permite planificar las actividades de
aprendizaje,
del
gran grupo y de los alumnos individualmente, secuenciarlas y prever
además
el espacio para la evaluación formativa, que asegura a los estudiantes
ser
sujetos activos en este proceso.
Con
la evaluación formativa del proceso de aprendizaje se pretende que
no
solamente se tengan en cuenta los resultados terminales, sino que éstos
puedan
ser explicados y comprendidos, tanto por profesores como por alumnos.
Si
bien los trabajos desarrollados en los inicios sobre los aspectos
instrumentales
de
la evaluación (Bloom, 1968) partían de un enfoque general sobre el aprendizaje,
las
líneas de investigación actuales conciben la evaluación formativa no
sólo
como un componente de la situación didáctica, sino como un elemento
que
está condicionado por las prácticas didácticas de los enseñantes (Allal,
Bain,
Perrenoud, 1993, pág. 13). Es así como las investigaciones sobre la evaluación
formativa
en la enseñanza de la composición escrita han hallado su
espacio
dentro del marco de la didáctica de la lengua y su progreso va en
relación
con el conocimiento sobre cómo los alumnos aprenden a escribir.
3.2.2.
El sujeto de la (auto)evaluación
El
sujeto de la evaluación formativa se caracteriza por un rasgo que lo diferencia
totalmente
de la evaluación certificativa: es un sujeto plural, constituido
por aquellas personas directamente
3.2.2.
El sujeto de la (auto)evaluación
El
sujeto de la evaluación formativa se caracteriza por un rasgo que lo diferencia
totalmente
de la evaluación certificativa: es un sujeto plural, constituido
por
aquellas personas directamente implicadas en la tarea del aprendizaje. Aunque
cada
uno con una función diferenciada, los implicados de una forma más
directa
son los alumnos y el profesor. En un segundo plano, la institución escolar
y
las familias de los alumnos también participan de esta evaluación.
La
autoevaluación de los alumnos es el objetivo a largo plazo de toda evaluación
formativa.
La disminución progresiva de las distintas formas de heteroevaluación,
aseguradas
y gestionadas por el profesor, debe dar lugar a la
implantación
de un campo también diverso de formas de autoevaluación, en
donde
el alumno protagoniza un conjunto de conductas autorreguladoras direc12
Para
la redacción de este apartado se ha seguido fundamentalmente Ribas (1997).
relacionadas con la situación didáctica: la producción de un texto y
el
aprendizaje de unos contenidos relacionados con la escritura.
Los
alumnos serán, pues, los principales protagonistas de dicha (auto)evaluación,
que
puede tomar distintas formas dentro de una situación didáctica.
Según
una propuesta (Allal y Michel, 1993, pág. 241) recogida ya en la mayoría
de
trabajos, podemos distinguir entre tres modalidades de autoevaluación: la
llamamos
evaluación mutua si se trata de evaluar el trabajo de otro alumno
para
poder luego intercambiar las observaciones realizadas; coevaluación, cuando
es
el alumno quien la realiza individualmente para posteriormente ser comentada
con
el profesor; y autoevaluación propiamente dicha, donde el alumno
es
el evaluador de su propio aprendizaje.
Si
el sujeto es el profesor, cabe una evaluación global sobre el grupo de
alumnos
o bien una evaluación individualizada, que describa el proceso de
cada
uno de ellos. El profesor puede, asimismo, querer recabar información
para
reconducir la secuencia de aprendizaje, reformular los objetivos o diseñar
de
nuevo las actividades. Pero también cabe la posibilidad que se proponga
ayudar
a los alumnos a descubrir sus propios logros y sus puntos flojos, recapitular
sobre
el proceso seguido o decidir las actividades siguientes. En este
caso
estaríamos refiriéndonos de nuevo a la coevaluación.
Existe
una tercera posibilidad, resultado del planteamiento didáctico escogido:
la
evaluación que se lleva a cabo en el seno de la interactividad grupal
durante
el proceso de redacción del texto. En este caso, el sujeto es el pequeño
grupo
de alumnos en su actividad conjunta de producción de un texto escrito.
Estos
alumnos siguen un proceso de cooperación en que las distintas funciones
del
proceso de composición son ejecutadas de forma repartida, incluida la gestión
global
del propio proceso. A través de los intercambios verbales los miembros
del
pequeño grupo concretan y toman decisiones acerca de los parámetros
discursivos
del texto, elaboran las ideas y las ajustan a un plan de la estructura
del
texto, y finalmente proponen y reformulan el texto para ser escrito. La
evaluación
formativa,
normalmente vehiculada a través de las instrucciones dadas
por
el profesor y de pautas de planificación y revisión del texto, constituye un
elemento
clave para desencadenar y guiar el proceso de regulación que culminará
con
la producción del texto y con la construcción de conocimientos.
3.2.3.
Los criterios de evaluación formativa 12
La
evaluación, por ser una actividad que finaliza con la emisión de un juicio,
se
realiza siempre de acuerdo con unos criterios que actúan como referente
o
elemento de valoración: son los llamados criterios de evaluación. En la eva64
luación
formativa, dichos criterios han tomado una especial relevancia, ya que
se
ha constatado que están en el origen de muchos de los problemas de aprendizaje
de
los alumnos. La evaluación formativa de los aprendizajes ha tenido
en su
origen, en Bloom y en la pedagogía por objetivos, y la sigue teniendo
todavía
en muchos casos, una orientación de «recuperación» inmediata de los
fallos
detectados. La apropiación de los criterios de evaluación por parte de
los
alumnos y su utilización de una manera operativa constituyen uno de los
focos
prioritarios de las prácticas escolares y de la investigación sobre estas
prácticas.
Durante
su actividad como escritores, los alumnos trabajan con dos tipos
de
criterios (Mas, 1989). Unos se refieren a las características del texto como
producto
lingüístico y se fundamentan en las distintas ciencias del lenguaje.
A
estos criterios los llamamos de buena formación o de resultados. Pero tenemos,
además,
los criterios que permiten gestionar de forma más conciente el proceso
de
producción textual: éstos son los llamados criterios de realización.
A
menudo, con los alumnos, la primera formulación explícita a propósito
de
un texto concreto se expresa en términos de criterios de realización, de
lo
que se debe hacer para escribir un texto y de cómo debe hacerse. A partir
de
estos criterios, puede ser más sencillo llegar a entender los conceptos
vehiculados
por
los criterios de buena formación, los que se refieren a las características
del
texto, y lo que es más importante, ser capaces de enunciarlos
con
sus palabras.
Los
criterios de evaluación son los que los alumnos y profesores formulan
a
partir de los dos tipos anteriores, con una finalidad meramente valorativa.
Queremos
subrayar el carácter interactivo y progresivo de dichos criterios: en
el
marco que presentamos, los criterios de evaluación ya no son «un listón»
fijado
por alguna instancia lejana y desconocida, sino que son enunciados elaborados
y
establecidos por los mismos alumnos y profesores. No se trata de
normas,
ni individuales ni colectivas, sino que los criterios de evaluación son
el
resultado de la relación que se establece entre tres factores: las
características
del
producto y del proceso que se va a realizar, la imagen que los sujetos
se
construyen a partir de los conocimientos que tienen y el nivel de conocimientos
que
se puede esperar (Fayol, 1986).
La
formulación de criterios de evaluación en el marco de las SD permite
que
éstos sean limitados en número, estrechamente relacionados con los contenidos
de
aprendizaje y apropiados a los alumnos y a la tarea de aprendizaje
concretos.
Hay
que distinguir entre elaboración y utilización de los criterios, si bien
son
dos actividades que pueden darse interrelacionadas. Hemos visto ya cuáles
son
los posibles sujetos de la evaluación. Los criterios de evaluación deberán
ser
asequibles a todos ellos, profesor y alumnos, y para esto habrá que con65
templar
la intervención de ambos en su elaboración y formulación. La forma
concreta
de proceder puede ser muy diversa: el profesor tendrá un papel clave
en
el proceso inicial de explicitación de los mismos, pero deben ser los alumnos
quienes
se los representen y los enuncien de forma que los puedan hacer
operativos.
En
ocasiones es difícil distinguir entre aprendizaje y evaluación formativa:
la
estrecha relación entre esta última y los mecanismos de autorregulación de
los
aprendizajes se concreta en el momento en que los alumnos, con sus propias
palabras,
explicitan los criterios de elaboración a partir de los conocimientos
que
han construido en la SD. Es un momento que en sí mismo constituye una
importante
fuente de aprendizaje. La evaluación formativa puede convertirse,
como
vemos, en un elemento motor del proceso de aprendizaje.
Asimismo,
y en coherencia con el proceso de aprendizaje, cabe destacar
también
su naturaleza dinámica: los criterios de evaluación no serán sentencias
fijadas
de una vez para siempre, sino que son algo provisional, que se reformula
a lo
largo de la SD para que en cada momento constituya un instrumento útil
y
adecuado, no sólo para el profesor sino también para el alumno.
Los
criterios de evaluación serán necesariamente generalizaciones construidas
por
un proceso de abstracción a partir de observaciones concretas. Los
alumnos
observan los rasgos que caracterizan las producciones e intentan explicitar
unos
criterios. De ahí que la formulación de criterios de evaluación podrá
tener
distintos niveles de abstracción en función de la edad de los alumnos,
del
grado de apropiación de los conocimientos o de la dificultad del objeto
analizado.
Se trata, pues, de formulaciones «dinámicas y progresivas» (Flak,
1994)
que se corresponden con el momento y el nivel de aprendizaje de los
alumnos.
Vemos, por tanto, que para poder hablar con propiedad de evaluación
formativa,
debemos concebir los criterios de evaluación de una forma absolutamente
distinta
que en la evaluación sumativa o certificativa. Por este motivo
el
papel del profesor toma otra dimensión, colaborando con los alumnos en
la
elaboración y aplicación de dichos criterios. Es en estos aspectos donde
pone
el énfasis la evaluación formadora.
3.2.4.
Momentos e instrumentos para la evaluación
En
este apartado tomaremos en consideración cómo se lleva a la práctica
dicha
evaluación. Analizaremos en primer lugar los momentos de la situación
didáctica
en que pueden tener lugar las actividades de evaluación. A continuación
presentaremos
un marco para interpretar los instrumentos que sirven
de
mediadores en estas actividades evaluativas. En el apartado siguiente se
describirán
y analizarán las distintas modalidades de pautas de evaluación del
texto
y se destacarán las que se han utilizado en las SD que forman parte de
nuestro
trabajo de investigación.
1)
Las concepciones que caracterizan la evaluación formativa como un elemento
de
la situación didáctica susceptible de favorecer y estimular los procesos
de
autorregulación en el alumno postulan, sin embargo, que no todas las
modalidades
de
evaluación garantizan que estos procesos se produzcan ni que tengan
lugar
sus efectos previstos sobre el aprendizaje. Así pues, uno de los rasgos
que
caracterizan las distintas modalidades es el momento de la SD en que
la
evaluación se lleva a cabo.
Según
el objetivo que se persiga, el momento de realización de las actividades
evaluadoras
será distinto. Para los procesos de enseñanza y aprendizaje, la
evaluación
tendrá lugar durante toda la SD. En la fase inicial tiene lugar la
explicitación
de objetivos y contenidos, momento crucial para que los alumnos
se
comprometan activamente con la tarea y para que se negocien y compartan
entre
profesor y alumnos sus significados. Durante la SD, la evaluación colabora
en
la toma de conciencia de lo que se está aprendiendo y contribuye a regular
el
proceso de aprendizaje. En la fase final, su función es contribuir a la
sistematización
de
los contenidos trabajados y proporcionar la información necesaria
para
planificar la tarea siguiente.
En
relación al proceso de escritura y al texto, la evaluación se vehicula a
través
de la concreción y explicitación de las características del texto que se
quiere
escribir y de los pasos y acciones necesarios para producirlo. Su función
es
permitir que el alumno elabore dichas representaciones y que se establezca
un
proceso de comunicación entre los alumnos y entre éstos y el profesor para
asegurar
que el dispositivo pedagógico previsto conduce a la construcción de
los
aprendizajes.
2)
Consideramos instrumentos de evaluación a aquellos elementos externos
que
actúan de mediadores o de desencadenantes de procesos de autorregulación
en
las situaciones de aprendizaje. Son instrumentos en principio previstos
y
propiciados por el profesorado dentro del diseño de la SD, pero pueden llegar
a
ser diseñados y utilizados por los propios alumnos de forma autónoma.
Del
conjunto de instrumentos posibles, podemos distinguir claramente dos
grupos.
Unos son los instrumentos que llamaremos ordinarios de la SD, diseñados
para
que los alumnos aprendan los contenidos seleccionados, pero que
en
muchas ocasiones son a su vez instrumentos que propician el diálogo entre
profesor
y alumno o entre alumnos y que se convierten en actividades generadoras
de
mecanismos de regulación y autorregulación propias de una situación
de
evaluación formativa.
El
otro grupo está formado por los instrumentos específicos de evaluación,
aquellos
que están especialmente pensados para cumplir una función evaluativa.
Estos
instrumentos específicos constituyen un importante esfuerzo para prever
las
situaciones favorecedoras de los procesos de autorregulación e intervenir
en
ellas. Desde un punto de vista teórico hallan su justificación en las
descripciones
del
proceso de enseñanza y aprendizaje que resaltan la idea de
que
las regulaciones y la comunicación necesarias en toda situación de enseñanza
no
siempre se consiguen de una manera «natural»: es conveniente trabajar
de
forma explícita estos aspectos para asegurarse de que el aprendizaje se
produce.
Los
instrumentos de evaluación formativa contribuyen a realizar sobre todo
dos
operaciones claves en todo proceso de aprendizaje: la representación de
lo
que se debe hacer y de lo que se debe aprender, y el control sobre el
proceso
que se sigue. Estos instrumentos se utilizan sobre todo en los primeros
momentos
de la SD, cuando se negocia y se explicita lo que se hará. Pero,
en
una concepción dinámica de la evaluación, están también presentes durante
el
desarrollo posterior de la SD, cuando las primeras formulaciones se concretan,
modifican
y transforman para guiar el proceso de producción del texto.
La
toma de conciencia es un objetivo indiscutible de la evaluación fomativa
en
el aprendizaje de la escritura. El alumno está aprendiendo a escribir,
actividad
que
requiere el control de una serie de operaciones (Camps, 1994) que sólo
es
posible ejercer a partir de un determinado grado de conciencia y de unos
conocimientos
explícitos. Los instrumentos de evaluación específicos constituyen
una
ayuda externa en este proceso de aprendizaje de una actividad tan compleja
y
global como es la composición escrita.
3.2.5.
Pautas de revisión y evaluación
La
utilización de pautas como instrumentos de revisión y, por lo tanto, de
evaluación,
entendida como regulación del proceso de composición escrita y
también
del proceso de aprendizaje, se está generalizando en la enseñanza
de
la redacción. Puede ocurrir, sin embargo, que su uso no responda a criterios
fundamentados
tanto desde el punto de vista de la producción verbal escrita
como
desde el punto de vista del proceso de aprendizaje.
Desde
este último punto de vista, dichos instrumentos usados en la enseñanza
tienen
como objeto el paso de la regulación externa en interacción con el profesor/
a o
con los compañeros/as a la regulación interna, autónoma, es decir,
a la
autorregulación. Efectivamente, las pautas pueden servir, en primer lugar,
como
referencia común que permite hablar de los textos y de los procesos
en
situaciones interactivas diversas: individualmente o en grupo con el profesor,
para
analizar colectivamente textos o para revisarlos con los iguales en grupo,
en
el supuesto de que los criterios de análisis que desencadenan llegarán a
ser
criterios interiorizados por el aprendiz-escritor para regular sus propios
procesos
de
producción escrita. Las pautas actúan así de instrumentos mediadores
que
propician la actualización y operativización de los contenidos por parte
de
los alumnos. El objetivo es que dichos instrumentos se utilicen de manera
individualizada.
Sin
embargo, cuando se habla de las pautas de evaluación, los diferentes
autores
rara vez se refieren a la diversidad de instrumentos que se esconden
detrás
de dicha denominación. Parece que lo que tienen en común (una lista
de
criterios de análisis) predomine sobre su contenido (qué permite analizar
cada
pauta). La presente investigación aporta algunos datos sobre los distintos
tipos
de pautas y la función que pueden cumplir en la regulación del proceso
de
composición textual.
Brevemente
presentaremos un intento de clasificación de los tipos de pautas
usadas
en la enseñanza de la composición escrita: 1) pautas para el control
del
proceso de composición en relación con el de aprendizaje, y 2) pautas para el análisis de los textos o borradores
producidos
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