lunes, 29 de abril de 2013

evaluación del aprendizaje en composición escrita B)


3. LA EVALUACIÓN FORMATIVA EN EL PROCESO DE ENSEÑANZA Y APRENDIZAJE
DE LA COMPOSICIÓN ESCRITA                                                                                                
3.1. Evolución del concepto de evaluación formativa
El concepto de evaluación aplicado a los aprendizajes de los alumnos ha evolucionado a lo largo de los últimos cincuenta años siguiendo dos ejes conductores. El primero de ellos responde a la búsqueda de una forma para valorar los aprendizajes de los alumnos con objetividad y validez. Este objetivo ha dado pie a lostrabajos del área de la docimología, a la creación de tests psicométricos y también a los planteamientos que cuestionan dicha objetividad.
El segundo eje responde a la adecuación de la evaluación a las necesidades y valores sociales de cada momento, que pueden ir desde la selección de los mejores alumnos hasta la necesidad de dar oportunidades para todos. Dentro de este proceso, cada modelo de evaluación o paradigma (De Ketele, 1993) ha priorizado unos aspectos determinados, ha definido el concepto a partir de unos elementos distintos y se ha fijado unos objetivos específicos.
No es el objetivo de este trabajo ofrecer una descripción diacrónica del concepto de evaluación. En este apartado tan sólo queremos dejar constancia de las distintas aproximaciones que contribuyen a caracterizar una concepción de la evaluación llamada formativa, plenamente coherente con el modelo de enseñanza
y de aprendizaje de la composición escrita que defendemos.

3.1.1. Nacimiento y evolución del concepto de evaluación formativa en el marco del conductismo
Podemos considerar la evaluación como una actividad consustancial a las personas y que afecta a todos los ámbitos de nuestro comportamiento. En efecto: la valoración de la realidad que nos rodea a partir de unos indicios previamente seleccionados para luego emitir un juicio que, en muchas ocasiones, produce cambios en nuestro pensamiento o en nuestra acción es un hecho cotidiano en las personas. Desde que hay enseñanza formal, existe la necesidad de dar cuenta de los resultados que se obtienen. De una forma generalizada, podemos decir que el verdadero nacimiento de la evaluación en el ámbito educativo tiene lugar en el siglo XIX, asociada a la emergencia de las clases medias y a la creación de la escuela pública y obligatoria, para dar respuesta a la necesidad de que los alumnos demuestren lo que saben. Las clases burguesas necesitan conquistar cotas de poder y optan por un sistema competitivo (Cardinet, 1991).
Tanto en América del Norte como en Europa, la evaluación aparece por primera vez como preocupación para la investigación a principios del siglo XX. Influenciada por el paradigma de las ciencias experimentales, dominante en  el mundo científico de entonces, evaluación se confunde con medida, con cuantificación.
Con el desarrollo de la psicometría la evaluación se erige como un instrumento imprescindible para la investigación educativa, que va a permitir verificar «con objetividad» el nivel alcanzado por los alumnos.
En los años cincuenta nos hallamos ante la culminación de este movimiento en Estados Unidos. La industria del test se impone para dar satisfacción a las demandas de «rendir cuentas de lo público» (public accountability). Se utilizan así instrumentos externos, normalmente tests de opción múltiple, técnicamente validados como fiables, que pueden dar respuesta, gracias a la informática, a las demandas de una escuela masificada. Este tipo de evaluación corresponde a un modelo donde la pedagogía está centrada en los contenidos y la escuela es una estructura jerarquizada, basada en la transmisión y en la instrucción.Ralph Tyler es el representante de un nuevo planteamiento de la evaluación que, dos décadas más tarde, recoge los resultados de investigaciones llevadas a cabo desde los años veinte-treinta en los Estados Unidos en el terreno de la docimología. Dichos trabajos reaccionaban contra el modelo psicométricodominante y se cuestionaban la fiabilidad de las notas (Ouelette, 1996). El modelo tyleriano no se centra únicamente en el alumno, sino que también tiene encuenta los programas en donde se insiere el aprendizaje de este alumno. Se trata de una evaluación cuyos referentes no se hallan en la media de todos los resultados sino en los objetivos que persigue el programa. La evaluación se guiará, en este modelo, por el establecimiento de los objetivos educativos y el análisis de los efectos del programa a partir de estos mismos objetivos.
Nos hallamos ante un planteamiento más global: la medida del rendimiento del alumno, concebida dentro del paradigma experimental, no constituye una finalidad en sí misma, sino que está al servicio de una mejora de los programas y del éxito de los alumnos. Se introduce la noción de retroalimentación o feed-back, que permite a los responsables de un programa reformular sus objetivos.
Este concepto da pie a los planteamientos que integran la evaluación en el proceso de aprendizaje y contiene, por lo tanto, una orientación formativa.
Después de lo que algunos autores han llamado la época o la era tyleriana (Stufflebeam y Shinkfield, 1993; De Ketele, 1986), durante los años incuenta y sesenta este enfoque va tomando fuerza, especialmente en Estados Unidos, ante la necesidad política de mejorar el sistema educativo. Los modelos de evaluación que surgen a partir de este momento ponen el acento en el análisis de distintos elementos del contexto educativo del alumno para hacer posible un cambio cualitativo positivo en los resultados de la enseñanza. Así Cronbach
(1963) insiste en la importancia de considerar los aspectos metodológicos del programa y Stuffelbeam (1971) establece un modelo que concibe la evaluación como un proceso dinámico de toma de decisiones de muy diversos tipos.
Dentro de este marco, Scriven (1967) introduce, por primera vez, la distinción entre evaluación formativa y sumativa aplicada a los programas educativos. La evaluación formativa, según este autor, está constituida por aquellos procedimientos que permitan reajustes sucesivos en el desarrollo de un programa, es decir, que se aplica sobre los procesos de aprendizaje en curso.
La sumativa, por su parte, establece un balance del nivel alcanzado al final de una etapa de aprendizaje.
Aunque Scriven es el creador de este concepto, será otro autor, Bloom (1971), quien pondrá las bases para un modelo muy extendido de evaluación formativa desarrollado a partir de los planteamientos de Tyler y que parte del dominio que tienen los alumnos de los aprendizajes. La noción de evaluación formativa de Scriven es aplicada a los alumnos con dos finalidades principales: adaptar  los procedimientos utilizados por el profesorado a las necesidades de los alumnos de una manera individualizada; y conseguir que un número máximo de alumnos alcance los objetivos fijados al inicio del proceso de aprendizaje.
Como hemos visto, esta primera época de la evaluación formativa se inscribe en los principios neoconductistas de Bloom, Gagné i Glaser, entre otros, y en una concepción de la enseñanza de la pedagogía por objetivos, de inspiración conductista y desvinculada de las didácticas específicas. Las informaciones que se recogen dentro de este enfoque se refieren sobre todo a los resultados del aprendizaje y se extraen de los comportamientos manifestados por los alumnos.
Estos datos «objetivos», en forma de realizaciones de lo que es capaz el alumno, se contrastan con los objetivos pedagógicos formulados en términos de comportamientos observables. Los instrumentos utilizados buscan la eliminación de la subjetividad por medio de medidas cuantitativas y del desarrollo de técnicas estadísticas. A estos instrumentos se les calcula su capacidad de medir lo que quieren medir (validez) y la constancia de sus puntuaciones en momentos distintos y en situaciones diversas (fiabilidad).
La interpretación de los datos recogidos se hace con una perspectiva de referencia criterial: se comparan los comportamientos observados con una escala de criterios de realización preestablecida. El término de evaluación criterial es utilizado por primera vez por Glaser y Klaus (1963) para referirse a los «tests que determinan el nivel de dominio de conductas específicas por parte de un sujeto examinado» (Gómez Arbeo, 1990). La evaluación dentro del enfoque conductista mide, pues, el nivel del alumno de acuerdo con unos objetivos específicos, en los cuales se ha determinado con detalle qué comportamientos son los que expresan una realización satisfactoria. Los criterios o standards en los cuales se basan los tests de referencia criterial tienen carácter absoluto, es decir, son independientes de las realizaciones de los otros sujetos.
Este modelo, si bien ha desarrollado un abanico amplio de instrumentos interesantes para ser utilizados por los enseñantes en clase, presenta, a su vez, problemas en relación a la selección de los objetivos: por un lado, en ocasiones éstos carecen de un cierto consenso y parecen fruto de una postura más bien subjetiva; por otro, esta selección de objetivos puede restringirse tan sólo a los objetivos de rendimiento, que son los más fáciles de especificar y cuantificar, y deja de lado actividades importantes pero difíciles de definir operacionalmente,
como el juicio o la reflexión (Stufflebeam y Shinkfield, 1993, pág. 98).
Los resultados de la evaluación ofrecen una apreciación del logro alcanzado para cada objetivo, ya que dentro de una óptica formativa se pretende que el sujeto pueda constatar su progreso e identificar los aspectos que debe mejorar.
Para estos aspectos se propone una «recuperación» individualizada, que consiste en actividades diversificadas para cada objetivo de aprendizaje, ofreciendo así una ayuda posterior suplementaria al alumno que tienen dificultadas.  Como señala Scallon (1996, pág. 161), la secuencia formada por: «aprendizaje- evaluación formativa-enseñanza correctiva» (o recuperación), que se propugna en este enfoque, es el marco de referencia sobre el cual se ha basado de forma muy extendida el discurso sobre la evaluación formativa.

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