lunes, 29 de abril de 2013

LA EVALUACIÓN DEL APRENDIZAJE DE LA COMPOSICIÓN ESCRITA c)


3.1.2. Cambio de paradigma: el cognitivismo
Como L. Allal (1979) mostró en un artículo fundamental para comprender la evolución del concepto de la evaluación formativa en los últimos veinticinco años, dicha modalidad de evaluación se desarrolló, sobre todo, a través de trabajos concebidos según los principios del neoconductismo aplicados a la pedagogía. Más adelante, con el apogeo de la psicología cognitiva en el mundo educativo, este concepto se reformula bajo unos nuevos postulados, manteniendo su función principal de regulación: en las dos aproximaciones la evaluación formativa asegura la articulación entre las características de los alumnos y las características del sistema de formación.
Muchos son los cambios que tienen lugar con la adopción del nuevo paradigma, recogidos y sistematizados por Allal en este mismo artículo: si los datos que se recogían en el modelo anterior se referían, sobre todo, a los resultados del aprendizaje, en la aproximación cognitiva el interés está fijado en los procesos de aprendizaje, ya que lo que se pretende es comprender el funcionamiento mental del alumno ante la tarea a través del conocimiento de sus representaciones y de las estrategias que utiliza. En el modelo conductista tenían mucha importancia los datos objetivos recogidos a partir de los comportamientos de los alumnos y a través de instrumentos psicométricos que proporcionaran medidas cuantitativas. Por el contrario, en la aproximación cognitiva, los datos recogidos son cualitativos: se utilizan cuestionarios, observación del comportamiento del alumno mientras trabaja, observación de sus reflexiones «en voz alta» y de las interacciones en el seno del pequeño grupo o en la relación con la profesora.
Igualmente, la interpretación de la información ya no se limita a apreciar el grado en que se alcanza cada objetivo a partir de unos criterios preestablecidos, sino que el enfoque cognitivo se interesa fundamentalmente por las estrategias del alumno mientras escribe, aun admitiendo la limitación que representa el hecho de no disponer de una descripción exhaustiva de las conductas de los alumnos que van asociadas a una buena estrategia.
La ayuda suplementaria para recuperar el nivel deseado, que en los anteriores planteamientos constituía una etapa posterior al proceso de aprendizaje, es puesta en duda por las pedagogías llamadas «de situación» (Scallon, 1996, pág. 163), que no se guían por una lista detallada y jerarquizada de objetivos, sino que tienen como punto de entrada una tarea compleja (un problema, un proyecto...).
El objetivo principal dentro de este planteamiento orientado hacia el proceso es descubrir los aspectos pertinentes de la tarea e introducir modificaciones en su planteamiento y desarrollo de forma que se pueda construir una estrategia de enseñanza más adecuada e integrada en el dispositivo de aprendizaje.
A finales de los setenta, principios de los ochenta, en Estados Unidos se abandona ya el concepto de evaluación formativa para hablar de Authentic Assessment. Se trata de un movimiento surgido en gran medida de los enseñantes en activo, que se enmarca en una superación del paradigma conductista en educación y que se desarrolla asociado al movimiento del Whole Language (Goodman, 1995). Su propósito es intentar «medir» de una forma más satisfactoria el proceso de la educación, y rechaza los sistemas anteriores de evaluación por no valorar lo que realmente se proponen y por no ofrecer unos resultados fiables.
Dentro de este modelo, vinculado a las teorías pedagógicas del constructivismo y desarrollado también en Europa fundamentalmente bajo el nombre de evaluación formativa, los alumnos toman el papel protagonista. Los criterios para juzgar los objetos son explícitos y conocidos por todos los participantes.
Las tareas de evaluación no requieren unas formas específicas ni una tecnología muy desarrollada, son más próximas a las del aprendizaje. Dichas tareas se distinguen radicalmente de los tests psicométricos: proporcionan ayudas a los estudiantes mientras las realizan, muchas de ellas se llevan a cabo en grupo o por parejas, presentan distintas opciones para elegir. Los resultados no clasifican ni seleccionan a los sujetos, sino que resaltan los puntos fuertes y los débiles y animan a seguir aprendiendo. Para evaluar a los alumnos se dispone de tres vías de información. La primera está constituida por las observaciones reunidas por el profesor a partir de la tarea diaria en clase, recogidas a partir de pautas previas sistemáticas. La segunda da nombre a un gran movimiento surgido en Estados Unidos hace ya más de diez años y muy extendido, que basa la evaluación en las muestras o colecciones de producciones del alumno: son las carpetas o «portafolios» (Calfee, 1994). Y finalmente, están los tests de rendimiento, que tienen lugar en situaciones reales o simulaciones muy próximas a ellas y se realizan en distintos contextos para contemplar el abanico de posibles soluciones. Las familias de los alumnos de primaria y secundaria también juegan un papel importante en
este modelo.
La puntuación de los ejercicios no se apoya en la tecnología, sino en las personas. Para que sea fiable, se diseñan unos descriptores claros de las actuaciones que remiten a una escala. Existe un proceso colectivo de contraste de las puntuaciones para mantener la fiabilidad de los resultados. Pueden realizarse dos tipos de valoración: la global, que pretende dar una impresión del todo, y la analítica, que da diferentes puntuaciones a distintas dimensiones.

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